Comentario
De gran tradición dentro del mundo cristiano, el ritualismo en que habían caído algunos de ellos a fines de la Edad Media les hizo ser objeto de las más duras críticas por parte de los reformadores que preconizaron como alternativa la relación personal con Dios. En parte para contestar a estos ataques, en parte para vigilar a los fieles y mantener en toda su fuerza el dogma de la comunión de los santos, las prácticas de religiosidad colectiva fueron recomendadas por el Concilio de Trento, siempre que estuviesen dirigidas por el clero. También acabaron estableciéndolas los mismos Lutero y Calvino, como hijos de su tiempo que eran y buenos conocedores de las exigencias de la vida en sociedad. Eso sí, cambiaron el sentido religioso de tales actos por el de ser meras ayudas para mantener la fe, conservando, sin embargo, su carácter de instrumentos de control de la conducta de todos.
Dentro del mundo católico los actos colectivos pueden ser obligatorios o voluntarios. Los primeros son los más importantes e incluyen la asistencia a misa los domingos y festivos y la recepción de los sacramentos. En el caso de la misa, podría decirse que su tono comunitario procede más del hecho de reunir a los fieles en un mismo local que de la forma en que éstos asisten. Oficiada siempre en latín, los intentos para promover la participación del pueblo que se hace desde la segunda mitad del siglo XVII no logran romper la inercia de una presencia individual y pasiva. En cuanto a los sacramentos, su recepción es condición sine qua non para salvarse. El primero es el bautismo; después vendrá la comunión, recibida por vez primera entre los doce y catorce años en una ceremonia que en nuestra época pasa a ser colectiva y solemne. El matrimonio implica además el compromiso de los contrayentes de no violentar su único fin: la procreación. Por último, la extremaunción, aunque se recibe en casa tiene carácter público, como la muerte y la inhumación, a fin de que las oraciones de los familiares y amigos ayuden al alma del moribundo en su tránsito hacia el más allá.
Al grupo de las prácticas colectivas no obligatorias pertenecen las cofradías, las peregrinaciones y las misiones. Las primeras son instituciones de las que sus miembros, a cambio del abono de una cuota, obtienen socorros espirituales y materiales en caso de enfermedad o muerte. Mayoritariamente eran masculinas, si bien en el siglo XVIII encontramos ya otras femeninas constituidas con idénticos fines. Las peregrinaciones, por su parte, contaban con la participación de casi todos los cristianos. Se dirigen hacia los lugares donde se veneran a los que Ariès y Duby llaman santos terapeutas porque cuidan especialmente de las cosechas, la salud del ganado o la de los hombres. Aunque pueden hacerse individualmente, las dificultades de la época facilitan las colectivas que son, al mismo tiempo, una ocasión de fiesta popular. Ello dará no pocas preocupaciones a los eclesiásticos, para quienes el control de los comportamientos en estos casos es casi una obsesión. No existen tales riesgos con las misiones, dirigidas a renovar y profundizar la fe del cristiano mediante predicaciones de estilo muy directo.
Dentro del protestantismo, la práctica católica de la misa se corresponde con el culto dominical. Guiado por el sacerdote, no incluye la eucaristía que sólo se celebra cuatro veces al año, una de ellas en Navidad. La comunión se imparte en estas ocasiones bajo las dos especies, siendo preciso para recibirla haber entregado a un anciano una ficha en la que figura el comportamiento seguido desde la última vez. En cuanto al bautismo, no se realiza individualmente sino de forma colectiva. Los padrinos tampoco se consideran necesarios, aunque por razones de costumbre se mantiene su presencia. El matrimonio ha perdido su carácter de sacramento, pero se continúa celebrando ante el ministro de la parroquia unas seis semanas después de los esponsales.
En suma, si se nos pidiera que sintetizásemos, antes de terminar, cuanto hemos dicho sobre religión y religiosidad en el siglo XVIII, coincidiríamos con Black cuando afirma que "controversias y criticismo no deben distraer nuestra atención de su contexto (que no es otro que el de) la simbiótica relación de fe y razón, Iglesia y Estado, eclesiástico y laico, religión y pueblo".